Caminar es más que dar un paso tras otro. El andar lleva consigo una senda, un camino recorrido y uno por recorrer, un destino conocido o uno por conocer. A veces con pasos seguros y tranquilos, a veces con pasos nerviosos y apresurados.
A las personas se les conoce en movimiento. En la quietud, en ese estado donde todo resulta familiar por no existir razón para irse, lo único posible es conocer aquello que tenemos a la mano, aquello que nos es más cercano. Es necesario avanzar para descubrir nuevos lugares, experiencias y personas. Quien anda es porque busca lo nuevo.
Andar supone darse al descubrimiento, desarrollarse en sí mismo, y llegar a lo desconocido. No importa si es un lugar, una creencia, un aprendizaje, porque todo descubrimiento es siempre algo más. Lo que creíamos fijo e inmutable, esa experiencia esencial del mundo, se muestra como un universo distinto cuando nos levantamos y echamos a caminar. Porque moverse no es solo conocer la vastedad del mundo, sino también la vastedad de uno mismo.
El que anda lo hace hacia lo desconocido, hacia toda ausencia de seguridad de la dirección que está tomando. Se deja llevar por la intuición y se permite perderse, invierte cierto tiempo en el azar, porque es otra manera más de saltar al vacío. Algunos se pierden por error, otros vagan con paz y algunos otros sienten orgullo de poder descubrir nuevos lugares y personas por haberse encaminado más allá. Pero no importa cómo y por qué es que andan, todos quienes lo hacen descubren la esencia de su propio viaje al llegar a su objetivo, su destino. Anda entonces a apreciar el arte de esta exhibición.
¡Yo alcancé a vivir siglos andando algunas horas!
– Concha Méndez, poeta.