Lejos de lo canónico, Héctor Pineda, mejor conocido como “Topolocko”, sobresale por lo heterodoxo de su propuesta. Aunque no ignora ni desprecia los preceptos de la academia, su arte intercambia los conceptos de rigidez y purismo por audacia y libertad. Al plasmar su arte, Topolocko va más allá de los soportes habituales, pues sus colores decoran tanto lienzos como muros.
Con el ímpetu que lo caracteriza, destaca uno de los aspectos orgánicos más fundamentales de la existencia, la originalidad del momento. A través de sus pigmentos expresa aquella espontaneidad, el instante único e irrepetible propio de la vida y de la actividad creativa. Deja que la obra exude su propia energía que grite sus intenciones, un mensaje que hace exaltarnos de inmediato pues llega directo a nuestras pasiones internas.
En cuanto a su estilo se refiere, es imposible no hablar de los peculiares rostros que tienen la mayoría de sus personajes. Polioculares con grandes narices y bocas protuberantes, la exageración en ciertos rasgos responde a la transfiguración de la realidad. Una realidad pletórica de anomalías y de excesos. En su labor artística, la visceralidad se vuelve un acto creador.
Topolocko construye la narrativa visual de sus pinturas desde la lógica de lo irracional, donde domina un caos necesario. Bajo el libre juego de plasmar todo lo inmediato que acude a la mente, incluso aquello que no se entiende, Héctor deja que el subconsciente se manifieste; un poco a la usanza de André Breton con su escritura automática.
La musicalidad que existe en cada una de sus pinturas puede notarse a partir de las vibrantes líneas que traza. La obra de Topolocko representa una ruptura en los esquemas tradicionales del arte contemporáneo mexicano. Lo temerario y vanguardista de su estilo, lo dota de un distintivo dentro de la nueva corriente del arte nacional.